El Golpe y la Fallida Revolución


¿Qué ocurrió en Entre Ríos la noche del 9 de junio de 1956? ¿Cómo se planificó la revolución y quiénes fueron los protagonistas? Una breve reconstrucción y algunas respuestas tentativas


El desfile de autoridades interrumpió la calma de aquella madrugada de junio en los pasillos de la Casa de Gobierno. Las noticias que llegaban del resto del país pusieron en alerta al general Manuel Calderón, quien hacía tan sólo nueve meses se había hecho cargo de la provincia, desplazando a Felipe Texier, el gobernador justicialista que cayó junto a todos los mandatarios constitucionales que permanecieron fieles al depuesto presidente. Hacía menos de un año habían comenzado los intentos de desestabilización que derivaron en el golpe de septiembre, acelerando la conformación de un heterogéneo bloque cívico-militar cuyo principal punto de contacto era la oposición a Perón. Aunque aún se sabía muy poco de la revolución que había estallado en varias ciudades del país, esa madrugada todos comprendieron que estaba en riesgo la continuidad del régimen.

«La decisión de hacer del 16 de septiembre de 1955 un principio irreversible para la Nación Argentina no será detenida ni desviada», sostuvo uno de los seis comunicados que el gobierno entrerriano difundió ese domingo de incertidumbre, mientras iban acotándose las perspectivas revolucionarias y se afirmaba el éxito de la contrarrevolución.

Ya cerca del mediodía las autoridades nacionales confirmaron que la insurrección había sido sofocada por completo, aunque los siniestros detalles que rodearon los operativos se hicieron públicos mucho después. Decenas de detenciones y fusilamientos clandestinos precedieron desde la misma medianoche del sábado y la madrugada siguiente al accionar represivo que fue desplegándose con el correr de los días, profundizando la persecución contra los partidarios del peronismo.

La dictadura no escatimó ningún recurso para retener el poder. El plan revolucionario había fracasado, pero la resistencia recién comenzaba.

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Los movimientos de las fuerzas de seguridad en los días previos a la insurrección peronista dan la pauta de que los planes revolucionarios ya habían llegado a oídos de las autoridades, aunque la magnitud y los detalles de la iniciativa todavía resultaban una incógnita para los funcionarios de la Revolución Libertadora.

La División Investigaciones de la Policía de Entre Ríos llegó a la casa de Rufino Méndez la tarde del 7 de junio, en uno de los típicos allanamientos contra opositores al régimen. Méndez era un trabajador peronista con militancia gremial en la Unión del Personal Civil de la Nación (UPCN), y su domicilio había sido el escenario de varias reuniones previas al levantamiento en Paraná. Su hermano Antonio, además, revistaba en el Ejército y era uno de los militares que se mantuvieron fieles a Perón, coordinando el accionar estratégico en el ámbito castrense.

Posiblemente la idea de recuperar el poder y restituir la democracia estuvo en el aire desde los aciagos días de septiembre de 1955, aunque varias circunstancias, entre ellas la profundización de las persecuciones, aceleraron el proceso.

Los policías entraron a cada una de las habitaciones, revolvieron cajones y se llevaron detenido a Méndez.

 —Usted, venga con nosotros —le dijeron.

Ante el llanto de su mujer, que cargaba en brazos a su pequeño hijo, otro de los policías agregó: 

—No se preocupe señora, ya se lo traemos.

Posiblemente lo que más le preocupó en ese momento a Fino —quien pasaría casi un año detenido hasta que logró reencontrarse con su familia— fue que al día siguiente no iba a poder reunirse con José María Rosa, la persona que tenía a cargo los comandos civiles que se preparaban para sumarse al estallido. Rosa era uno de los intelectuales más destacados del peronismo. Fue uno de los nacionalistas que a partir del golpe de 1943 cobró relevancia en los círculos universitarios, llegando a estar al frente de varias cátedras en la Universidad Nacional del Litoral (UNL) y el Instituto del Profesorado de Paraná. Sus libros habían servido para darle mayor espesura teórica al naciente movimiento de masas e inscribirlo en la línea nacional que le daba sentido histórico, y como muchos hombres de letras de su época era además un hombre de acción.

Rosa trabajó la coordinación de civiles en estrecha colaboración con Alberto Ottalagano, otro nacionalista que había cobrado protagonismo en aquellos días signados por la irrupción del GOU. A diferencia de este último, abiertamente fascista y reaccionario, el autor de La misión García ante Lord Strangford fue virando hacia el nacionalismo popular y, mientras sentaba las bases de una nueva perspectiva historiográfica, trabó relación con el ala más progresista del movimiento.

En esos grises días de proscripción y detenciones, sin embargo, poco importaban los matices: todas las tendencias del peronismo se reencontraron en la clandestinidad para llevar adelante la insurrección que permitiría la toma del poder y el llamado a elecciones libres, tal cual lo reveló la proclama revolucionaria. La ventaja que presentaban tanto Rosa como Ottalagano eran sus variados contactos en Santa Fe, cultivados en los tiempos de militancia nacionalista y labor universitaria. Todo el movimiento se planificó de manera coordinada, y la región que componían ambas capitales y las zonas cercanas debían actuar conjuntamente. El enlace al otro lado del río Paraná eran Juan Heredia Vargas, Francisco González Salmerón y José Zabala Rimoldi, con quienes hubo intercambios y encuentros hasta el mismo 9 de junio, según consignan las crónicas policiales posteriores al hecho. 

En esas reuniones previas a la rebelión que iba a estallar en distintos puntos estratégicos del país participaron varios civiles entrerrianos identificados con el peronismo, muchos de los cuales pagaron luego su compromiso con la cárcel y la persecución: Manuel Arancibia, Jorge Bupo, Gabriel Bourdín, Francisco Lai, Leandro Hipólito Pérez, Manolo Fernández, Dalmiro González, Julián Zacarías, Ermelino Rodríguez, Cayetano Giusti, Andrés Lupercio, Juan José Camps, Luis Bilbao, Oscar Federik y el propio Ottalagano*. El ala militar del movimiento estaba encabezada por el coronel Alberto Nasta, el teniente coronel Ángel Salvetti y el suboficial principal Antonio Méndez. Probablemente los allanamientos y la detención de Rufino Méndez pusieron en alerta a Rosa, quien según algunos testimonios huyó del país el día previo al levantamiento. Comenzaba para el escritor, que había estado preso desde fines de 1955 hasta poco antes de junio, un prolongado exilio que comenzó en Uruguay y continuó en España.

El escribano Bilbao jugó un rol protagónico en la organización de los civiles paranaenses que se sumaron a la revolución, prestando su casa de la calle 25 de junio como centro de reunión para los operativos que iban a realizarse esa noche. La Casa Gris, emplazada a menos de cuatro cuadras de allí, fue el lugar de encuentro elegido por las autoridades encargadas de reprimir la insurrección.

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La ruptura del gobierno con la Iglesia Católica aceleró el desgaste de un ya desmovilizado peronismo y precipitó su caída, antecedida por varios meses de conflictos profundos y permanentes. La propuesta de separar la Iglesia del Estado echó leña al fuego y reforzó la resistencia de grupos católicos y de la oposición, que el 11 de junio de 1955 protagonizaron una marcha en Buenos Aires que incluyó ataques a los diarios oficialistas La Prensa y Democracia. El gobierno respondió con centenares de detenciones y el propio presidente brindó un extenso mensaje radiofónico donde repudió los hechos e identificó a la «oligarquía clerical» como el actor principal del conflicto.

«El problema que inquieta e irrita a algunos irreflexivos no es de resorte del gobierno, ni siquiera del Congreso de la Nación. Corresponde que el pueblo mediante la expresión libre de su voluntad resuelva o no modificar la Constitución Nacional. Si como algunos sostienen el pueblo está contra la separación de la Iglesia del Estado, en los comicios correspondientes votará negativamente. Si en cambio como afirman otros desea esta separación, votará afirmativamente. ¿A qué entonces producir agitación y desorden?», expresó Perón.

La respuesta no se hizo esperar: tres días después aviones de la Marina bombardearon la Plaza de Mayo, dejando más de 300 civiles muertos e iniciando un camino sin retorno que abrió uno de los ciclos de violencia política más prolongados de la historia argentina. En Entre Ríos el gobierno provincial se plegó al paro nacional dispuesto tras los bombardeos y se realizaron actos de desagravio. El peronismo reaccionó en todo el país con movilizaciones que incluyeron ataques a distintos edificios y quema de iglesias, aunque ninguno de los sectores del movimiento se atribuyó la autoría y el propio presidente repudió los hechos, ensayando una estrategia de conciliación ya imposible.

En las convulsionadas semanas que sucedieron a los bombardeos, Perón ofreció su renuncia dos veces: la primera pocas horas después de los hechos y la segunda el 30 de agosto, tras lo cual se produjo una masiva movilización de respaldo no exenta de desmanes. El presidente pronunció un encendido discurso donde instaba a responder a la violencia con otra acción más violenta, un derecho que según él se había ganado el gobierno por la «tolerancia exagerada» con la cual trató a los opositores, que en menos de cuatro años habían promovido un golpe de Estado, asesinado a militantes en un atentado y bombardeado Plaza de Mayo. En Entre Ríos también hubo movilizaciones y se registraron ataques a los periódicos La Acción de Paraná y Juventud de Concepción del Uruguay. Mientras la apertura política parecía entrar en suspenso y el peronismo no se decidía por la resistencia armada, estalló en distintos puntos del país la insurrección.

La madrugada del 16 de septiembre de 1955 un comando militar tomó la Jefatura de Policía de Gualeguay, que fue entregada sin oponer resistencia por las autoridades locales. Un grupo de civiles acompañaba al cabecilla del levantamiento, Jorge Cáceres Monié, quien dos décadas después cobraría relevancia nacional tras ser muerto a balazos por un comando montonero en la localidad de Villa Urquiza. Cuando las fuerzas leales retomaron el control de la Jefatura y detuvieron a los rebeldes, un avión de la Fuerza Aérea acudió en ayuda de los insurrectos, que lograron trepar a la nave y desde allí efectuaron disparos contra la policía, sin que hubiera víctimas. Entre los prófugos que huían de Gualeguay, según indicó la prensa una vez que triunfó el golpe, se encontraba también el futuro presidente de facto Pedro Eugenio Aramburu.


Las provincias de Córdoba, Corrientes y Entre Ríos habían sido el escenario de los levantamientos que dieron inicio al movimiento revolucionario, mayormente controlado durante las primeras horas. «Un foco de 500 hombres de Arroyo Clé, Entre Ríos, fue rápidamente dominado. La aviación militar y la masa del Ejército han reafirmado su lealtad a las autoridades constituidas», señaló ese mismo día la Secretaría de Prensa y Difusión de la Nación. Con el correr de los días, sin embargo, la situación se volvió insostenible para el gobierno y Perón terminó presentando su renuncia ante la amenaza de inminentes bombardeos.

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El plan revolucionario establecía que a las 23 horas del día 9 de junio de 1956 iba a estallar de manera coordinada la rebelión en todo el país, con el objetivo de iniciar las acciones para desalojar a la dictadura el poder y en poco tiempo llamar a elecciones libres. Desde marzo de aquel año habían comenzado a gestarse en determinados grupos de suboficiales «células conspirativas a la espera de un conductor», que encontraron en Valle y Tanco a las personas propicias para encabezar el Movimiento de Recuperación Nacional que poco después protagonizó la conjura cívico-militar.

El programa general contenía objetivos precisos en cada localidad donde se proyectó la insurrección. En Paraná el movimiento dividió roles, apuntando a bloquear una posible resistencia en el Comando del Ejército, interrumpir la salida de embarcaciones y tomar la emisora local, con el objetivo de difundir desde allí la proclama.

Los encargados de realizar la primera tarea fueron los oficiales Méndez y Lamotte, quienes se acercaron hasta el Comando e instaron a la guardia a que no ofrezca resistencia a la toma del lugar. Tras la advertencia, los presentes les entregaron sus pistolas reglamentarias de manera pacífica. De acuerdo a los partes policiales, la siguiente misión era interceptar al coronel Adolfo Sívori mientras se dirigiera desde su vivienda ubicada en el barrio Paracao al centro de la ciudad, aunque esa tarea no se concretó. La paralización del servicio de lanchas, en tanto, tampoco se llevó a cabo, al igual que la «ocupación» de la radio LT14, un objetivo que se había replicado al otro lado del río con la emisora LT9.

En la madrugada del 10 de junio se concretaron en la capital entrerriana más de una quincena de detenciones, luego de los allanamientos en la vivienda de Bilbao y en la casa de Urquiza al 600 donde se encontraban Oscar Federik y el exdiputado provincial Ricardo Cabrera. El ala militar del levantamiento logró fugarse, al menos momentáneamente: el oficial Méndez pasó varias horas escondido en el tanque de agua de su vecino, un suboficial de la Fuerza Aérea, mientras su vivienda particular era fuertemente custodiada por las fuerzas del régimen. Ya después del amanecer «logró salir sin que lo vieran y fue alojado en casa de varios compañeros, hasta que se le pasara la locura al teniente coronel de tener su fusilado en Entre Ríos», recuerda su sobrino.

Días después, al tiempo que Tanco lograba asilarse en la Embajada de Haití, Méndez fue detenido en la capital entrerriana. Bilbao, en cuya propiedad se había establecido el «Comando Revolucionario», fue apresado en Santa Fe y trasladado a la vecina capital. En las horas siguientes, ya con los principales responsables de la conspiración presos, los funcionarios del régimen a nivel local se encargaron de negar la existencia de fusilamientos en la región.

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El titular de la Tercera División del Ejército, coronel Adolfo Sivori, dio a conocer detalles del operativo represivo y se hizo eco de los rumores que indicaban la presencia de Raúl Tanco en la capital entrerriana: «Se encontraría alojado en una dependencia del Seminario», concedió casi al mismo tiempo que Juan José Valle era arrestado en Buenos Aires. Las autoridades se abocaron a la búsqueda de «uno de los cabecillas del complot», quien desde la misma noche del levantamiento obsesionó a las fuerzas encargadas de sofocar la revolución y castigar a sus protagonistas. Como revela Rodolfo Walsh en Operación Masacre, la pregunta por Tanco guió todos los interrogatorios que fueron sucediéndose tras las detenciones. Capturado Valle, restaba hallar al otro hombre fuerte de la conjura, que fue sofocada sin escatimar ningún tipo de recurso y sin atenerse siquiera a las normas de procedimiento castrense, como lo prueba la aplicación retroactiva de la Ley Marcial.

En otro reconocido libro sobre los sucesos de junio de 1956, Mártires y verdugos, el escritor Salvador Ferla registra esta particular situación y tiende un manto de sospechas sobre las motivaciones de quienes dejaron actuar al militar peronista: «Nadie sabe allí dónde está Tanco; y esta ofuscada búsqueda es una curiosidad del 9 de junio, porque hasta diez días antes el general Tanco ha permanecido en el lugar de su confinamiento. La policía de la provincia (de Buenos Aires), que junto con los servicios de informaciones seguía los hilos de la conspiración (según declarara dos días después su jefe) no ha seguido al general Tanco ni lo ha detenido con anterioridad al 9 de junio, aún sabiendo, como lo sabe gran parte de la población del país, que Tanco encabeza, junto con Valle, una conspiración contra el gobierno».

¿Dónde estaba Tanco la noche del levantamiento revolucionario y en qué lugar se escondió hasta, casi cuatro días después, lograr asilarse en la Embajada de Haití? En este punto las versiones divergen y resulta difícil precisar con exactitud cuáles fueron los movimientos de uno de los dos hombres más importantes del movimiento. Ferla lo ubica en Avellaneda, a pocas cuadras de la Escuela Industrial que hizo las veces de Comando Revolucionario y donde se instaló el equipamiento para transmitir la proclama revolucionaria que Valle tenía pensado leer a las 23 horas como señal de confirmación para el resto del país. Los sucesivos comunicados de la policía entrerriana, en cambio, dan crédito a las versiones que indicaban que el militar se encontraba prófugo en Paraná, aunque los resultados de su búsqueda siempre hayan dado negativos.

Si se sostiene la hipótesis de que Tanco estuvo escondido en Paraná durante las horas siguientes al levantamiento, una posibilidad es que lo haya hecho en el Hipódromo de la capital entrerriana. «El General Tanco entiendo que estaba a cargo, junto con el coronel Nasta, del levantamiento en esta zona, que incluía todo el Segundo Cuerpo del Ejército», señala el periodista Manuel Justo Gaggero, quien por aquellos días tenía 15 años y cursaba el bachillerato en el Colegio Nacional. El abogado y exdirector de El Mundo dejó plasmada esa versión en algunos artículos periodísticos y lo confirmó en una entrevista realizada en el marco de esta investigación. «Ambos estuvieron escondidos en el stud de Angel Roland, secretario General del Sindicato de Jockeys y Entrenadores», agrega Gaggero, quien al año siguiente formaría en la clandestinidad la Juventud Peronista junto a otros militantes que participaron del levantamiento.

Uno de los comunicados policiales de esos días coincide en algunos puntos con este testimonio, aunque cambia la dupla de prófugos y el propietario del espacio: «También se estableció de las averiguaciones practicadas que los mencionados Nasta y Salvetti estuvieron ocultos en el stud que posee (Miguel) Márquez en las inmediaciones del Hipódromo local», conjeturaron las fuerzas de seguridad abocadas a la detención de los protagonistas del movimiento. Rufino Méndez, hijo de Fino, no puede precisar que Tanco haya estado durante esos días cruciales en la ciudad, aunque tampoco lo descarta.

Otra de las versiones que se echaron a rodar señalaban que el militar había logrado llegar hasta Montevideo, donde pediría asilo. La capital uruguaya había sido el lugar elegido por José María Rosa para huir de la represión, y dada la comunicación entre la provincia y el vecino país pudo haber resultado una hipótesis plausible. Los pormenores de esta situación quedaron recogidos en las crónicas periodísticas y los informes policiales.

«A la una de la tarde, acompañado por el contralmirante argentino de apellido Arche, pidió alojamiento en el Hotel Brasil. Llenó la ficha de ingreso en el hotel con el nombre de general Raúl Tanco, de 48 años. Inmediatamente de asignársele habitación, abandonó el hotel, presumiblemente para entrevistarse con autoridades uruguayas», sostuvo un parte difundido en los diarios el 14 de junio, día de su reaparición en la embajada haitiana.

Tras conocerse su paradero, las autoridades conjeturaron que los rumores fueron lanzados con el objetivo de despistar. «Puede haber sido una maniobra ideada por un peronista asilado en Uruguay con el objetivo de confundir a las autoridades argentinas y relajar la rígida vigilancia que ejercían con el fin de lograr su arresto», arriesgaron.

Resulta llamativo que la posible presencia en Paraná de Tanco, hombre fuerte de la revolución junto al mítico Valle, haya pasado desapercibida en la crónica histórica. Dos hechos, sin embargo, tornan plausible la hipótesis: el primero es el desconcierto de las autoridades alrededor del paradero del militar, que fue ubicado recién cuatro días después cuando logró ponerse a salvo —no por mucho tiempo— en la embajada haitiana. El segundo es que las ya célebres investigaciones pioneras sobre el 9 de junio de 1956 (Walsh y Ferla) fueron realizadas mientras la proscripción y la persecución al peronismo eran aún una realidad latente, y se centraron en testimonios y documentos recabados fundamentalmente en La Plata, Buenos Aires y en menor medida del resto del país. Lo único que se puede precisar al respecto es que durante los días siguientes al alzamiento se barajó la posibilidad de que Tanco estuviera escondido en Paraná, y algunos rumores lo situaron en la zona del Seminario o del Hipódromo. El resto es confuso y conjetural.

Tanco llegó a la Embajada de Haití la madrugada del 14 de junio de 1956 junto a seis hombres más que habían participado de la revolución. A pesar de lo que podía suponerse, el militar no logró estar ni siquiera un día a salvo, ya que los mismos que aplicaron de manera retroactiva la Ley Marcial y fusilaron civiles ingresaron por la fuerza a la residencia considerada territorio haitiano, violando todas las leyes internacionales y las normas básicas de la diplomacia. Según reconstruye Ferla, los prisioneros fueron llevados a la esquina y subidos a un colectivo de línea previamente desalojado. Todo indicaba que correrían la misma suerte que Valle y el resto de los insurrectos, aunque el embajador Jean Brierre y su esposa jugaron un papel heroico, evitando el desenlace fatal. Sus intervenciones ante la Cancillería y el aviso a las agencias de noticias posibilitaron que horas después sean devueltos a la Embajada, evitando que engrosen la lista de fusilados.


* Esta reconstrucción fue posible gracias al testimonio de Rufino Méndez (h), que presenta varios puntos de contacto con los partes policiales difundidos en la prensa y el testimonio de Manuel Justo Gaggero.

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